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De terapeuta a persona diagnosticada: mi camino hacia lo neurodivergente

Cuando comencé a trabajar con mis primeros pacientes, no imaginaba que mi camino profesional y personal me llevaría tan cerca y tan dentro de la comunidad neurodivergente. Al principio, simplemente seguía mis intuiciones: me interesaba acompañar procesos de lenguaje, me conmovía la forma en que cada niñe se comunicaba a su manera, y me motivaba encontrar formas más respetuosas de estar en terapia.


Con el tiempo, mi práctica fue rodeándose de más y más personas autistas. No era algo planeado, pero sí sentido. La vida me fue llevando, y la necesidad de actualizarme, más allá de la teoría académica, se volvió urgente. Lo aprendido en libros o diplomados simplemente no alcanzaba. Tuve grandes maestras, tanto profesionales como personas autistas, que me hicieron cuestionar, desaprender y mirar distinto.


Una de esas maestras es Andrea, mi amiga, quien también es autista y tiene TDAH. Con ella creamos un laboratorio de arte y neurodivergencias, un espacio donde fusionamos talleres teóricos con actividades artísticas. Queríamos que quienes asistieran encontraran una forma de conectar consigo mismes y con otres desde un lugar auténtico, sin máscaras.Y lo logramos. Se creó una comunidad hermosa, viva, real. Hasta hoy seguimos en contacto, porque cuando hay sentido de pertenencia, todo cambia.


Ese proceso me transformó. Me hizo mirar con otros ojos lo que no está en los manuales: la cotidianidad neurodivergente, los desafíos, las violencias sutiles, pero también las fortalezas, la creatividad, las formas únicas de percibir el mundo. Y como terapeuta-persona, también me vi. Claro que pasé por etapas en las que, sin querer, ejercí un enfoque capacitista o fraternalista, como si ser “funcional” fuera el objetivo. Pero hoy sé que la normalización nunca fue el camino. Todos los días aprendo a ser más respetuosa.


Y así, entre sesiones, talleres y muchas conversaciones, también empecé a identificarme. Desde hace años estoy en terapia psicológica y psiquiátrica. Y aunque en otro texto les contaré más sobre ese proceso, lo cierto es que llegó un momento en el que las vivencias que compartía con mi comunidad ya no eran sólo reflejo profesional. Eran también un espejo personal.


Entre búsquedas, info-dumping y muchas dudas, comencé a explorarme. Y ahí estaba: yo también soy autista y tengo TDAH. También tengo disautonomía.Y aunque lo supe primero desde mí, no fue fácil creérmelo. El síndrome del impostor me hacía sentir que necesitaba “una firma médica” para validarme. Sé que no debería ser así, pero los prejuicios internos pesan. Afortunadamente encontré a una psiquiatra que me escuchó, que no dudó de mí, que me vio.


Hoy, tener un diagnóstico me permite entender mi mente y cuerpo con más amabilidad. No para etiquetarme ni para justificarme, sino para cuidar mejor de mí, para dejar de exigirme lo que no me hace bien, para soltar la culpa. Es un privilegio enorme tener acceso a un diagnóstico con contención, respeto y calma.Y por eso agradezco.


Agradezco a mi mamá, que desde siempre me llevó a terapia sin saber el nombre de lo que yo vivía, pero sabiendo que necesitaba apoyo.Agradezco a mi familia, que me ha acompañado y sostenido.A mis amistades, que me permiten ser sin camuflaje.Y agradezco a mi comunidad neurodivergente, que me ha abrazado y acompañado en este descubrimiento de mí misma.


Hoy miro hacia atrás y entiendo por qué la vida me llevó por aquí. No sólo acompaño a personas neurodivergentes: también soy una de ellas. Y eso ha hecho mi trabajo, y mi vida, mucho más humana.


Y si llegaste hasta aquí, te comparto algo que me ha acompañado mucho en este proceso:

"Canción para el Viento, la Lluvia y Luchía, de Perotá Chingó https://www.youtube.com/watch?v=zNIjqHrxrk8


Cada vez que la escucho, siento que me abraza.

 
 
 

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